Estás solo en esta, chico
Hasta cierto punto estaba cantando que la contracara de transitar la era de la hiperconectividad iba a ser la atomización de los individuos. Pero tranquilos, citadinos, todavía queda algo por hacer...
Este es el artículo de un artículo que no fue. Resulta que, en el último tiempo, tanto en medios de comunicación como en la calle virtual la expresión “epidemia de soledad (no deseada)” viene ganando cierto terreno y generando debates de tensión variable. Puede que esa tensión vaya en un aumento cuando alguien trae a colación el fatídico dato del descenso de la tasa de natalidad a nivel mundial -Alejo Schapire nos invitó a su festín personal sobre el tema en este gran artículo de Seúl- o si se menciona el creciente uso de la IA en términos de conexión emocional.
Quizá haya algo de cierto: En todo caso, parece que existe una fina correlación entre el hecho de que algunas mujeres se escandalicen cuando un varón pregunta su número o Instagram -y lo hagan público entre bombos y platillos- y que, a la vez, un perfil similar de estas mujeres comente abiertamente tener charlas con chat GPT en las que le soliciten a la IA ser tratadas con mayor cercanía. Día por medio, las anécdotas de uno y otro tipo de situación aparecen en X y aunque son bocaditos de self-fiction divertidos de leer y comentar, realmente parecen no causarle ninguna extrañeza a nadie.
Por el lado de los hombres, en el panorama vislumbran algunas coincidencias pero tal vez lo diferente sea el hecho de que es una cuestión que por fin empieza a despertar algunas incómodas, pero muy necesarias reflexiones. En ese sentido, que una serie como Adolesence haya irrumpido en los últimos meses con tanta fuerza es una clara señal de aquello: La producción inglesa funciona como un leve y persistente goteo de interrogantes que buscan horadar sobre la piedra de la soledad masculina. No ofrece respuesta claro, pero sí muchas preguntas. Ya tenemos algo…
Desde luego, podemos ser un poco más o menos conscientes de esas no tan sutiles variaciones en las formas en las que nos relacionamos, de la hiperactividad digital o incluso de la aparente disgregación de nuestros grupos de pertenencia. Sin embargo, la soledad no deseada es un tema que se estudia y produce datos duros: La consultora Gallup, por ejemplo, desarrolló en 2023 una encuesta de escala global de la que se extrajo el dato de que una de cada 4 personas afirma sentirse sola; mientras que, a la vez, la soledad fue la emoción negativa más mencionada entre los participantes.
Hasta cierto punto estaba prácticamente cantado -o más que un canto era un zumbido suspendido en el aire-: La contracara de transitar la era de la hiper-conectividad iba a terminar siendo, paradójicamente, la abstracción. Entonces, por fin, podríamos decir que el tema está instalado y sacarnos esa espina de una vez, admitirlo sin resquemor: Todos nos sentimos de alguna forma un poco más solos y desconectados.
¿Y ahora qué?
Aun así, lo bueno es que nos entró la bala y ahora queremos plantar cierta resistencia. En la búsqueda de referencias, datos, experiencias sobre esta temática la exploración me llevó a los lugares más comunes entre los que proliferan análisis de Big data y los más monótonos gráficos estadísticos, nada que no hayamos escuchado ya.
Tirando de ese mismo hilo encontré también propuestas que rozan lo cyberpunk: Startups que convocan a fiestas raves diurnas en distintas ciudades del mundo, apps como Saturday o Breakfast que reúnen grupos de personas aficionadas en torno a un determinado interés o hobbie, iniciativas como la de la empresa Hinge, que dispuso $US1 millón de su presupuesto para financiar a ONG’s que busquen fomentar encuentros presenciales entre individuos por motivos que no sean citas y proyectos como Meeno, un simpático chatbot que emula conversaciones casuales como práctica de la habilidad social.
En sí, todas ideas que parecen iteraciones y recombinaciones de fórmulas ya conocidas; nada que nos permita escaparnos un rato de la virtualidad sin obligarnos a tener que pasar por ella antes. Sin embargo, la sorpresa vino bastante después, luego de varias lecturas improductivas, scrolleo sin sentido y, al menos, un par de suspiros de frustración... Fue ahí cuando por terminé descubriendo que, de hecho, existen otros hemisferios de la virtualidad en los que la cuestión de la soledad se trata de forma distinta. Podría decir que con una urgencia calmada, con la delicadeza que estos tiempos de constante turbación política, social y virtual parecen buscar arrebatarnos.
Entonces, asumiendo el riesgo de ser leída con ciertos aires de pretensión -algo que considero que todos los que estamos aquí tenemos en alguna medida- comparto con Ustedes algunos de esas recomendaciones, o más bien perlitas, para resistir con estoica elegancia el avance de chat gpt en nuestras vidas y animarnos a (re)conocernos por fuera de lo virtual.

FotosAntiguasBA
1. Hola extraño
¿Se dieron cuenta que cada vez interactuamos menos de forma espontánea? Los “buenos días” cada vez son más mecánicos, mirar a una persona directo a la cara en la calle parece un acto casi impropio y si alguien intenta estoicamente sostener una conversación espontanea en una fila, equivale prácticamente a acoso. Que estas escenas de la vida cotidiana que describo tengan lugar en algún país nórdico es esperable, ¿…pero que ocurran en Argentina…? Es como mínimo un glitch en la matrix del ser nacional, cuyo misticismo -tanto adentro como afuera de nuestras fronteras- se alimenta del consabido estereotipo de que los argentinos somos conversadores innatos; siempre dispuestos a desplegar nuestro arte en cada situación. Entonces por ahí, recuperar eso que las pantallitas nos quitaron, puede empezar con un acto tan básico -y heroico a la vez- como sostener una charla trivial mientras se suben 10 pisos en un ascensor, en lugar de caer en el tic de perder la mirada en el celular sin mirar realmente nada.
2. Una vuelta en la placita:
El espacio público es político y estratégico, sí. Pero también es un espacio para la consolidación de las identidades, el despliegue del ocio y el refuerzo de algunas tradiciones. Quizá por eso, los extranjeros que se instalan en nuestro país o aquellos que vienen de paso sólo por turismo observan extasiados como en un domingo por la tarde en cualquier plaza o espacio verde no dejamos ni un metro cuadrado de pasto sin cubrir.
Pero esta tendencia parece estar en proceso de cambio: Algunos arquitectos y paisajistas, los más platónicos al menos, presumen que con el tiempo estos espacios serán reemplazados por estructuras monolíticas que ofrezcan categóricamente funcionalidad y posibilidad de consumo. Nada de banquitos, ni fuentes, ni rosedales, ni vistas que admirar. Ellos, que se le van venir desde mucho antes que nosotros, son los que extienden nos la invitación de volver a la placita y reivindicar los intercambios espontáneos que surgen de esos momentos no sólo como una forma de reconquistar el espacio público destinados al ocio, sino también la atención hacia el otro.
3.Una fiesta en tu casa:
Entre las bibliotecas de mi casa todavía es posible encontrar álbumes de fotos con material de al menos hace 60 años atrás. Junto a las típicas fotos familiares con personas cuyo parentesco conmigo no sabría identificar, recuerdo siempre detenerme en las fotografías de las fiestas que organizaban mis abuelos. Mi abuela decía que su casona solía ser el punto de encuentro: La excusa eran las mismas de siempre y la mecánica incluía comidas a la canasta, vecinos, amigos y amigos de amigos, una mesa que se desplegaba casi a lo largo de toda la galería, música de un combinado tocadiscos y espacio suficiente para una porción de baile o dos.
Rumiar entre esos recuerdos me hizo preguntarme por qué esas imaginar escenas hoy me parecería complicado e incómodo y no sólo por cuestión de disponibilidad espacial. Mi deducción, para sorpresa de nadie, es que las personas nos volvimos reacias a compartir tiempo y espacio con desconocidos, más cuando esa posibilidad puede tener lugar en la casa de un completo extraño. Por suerte, encontré personas que no sólo reivindican las house parties, sino que se dedican a organizarlas y escribir sobre ellas sólo porque sí.
En “Carta de amor a las fiestas en casa” del substack “Cake for lunch”, esta cita revitalizó mis expectativas “Conocerme es saber que me encantan las fiestas en casa. Me encanta organizarlas, asistir a ellas y limpiar después. Me encantan las infinitas posibilidades que ofrece tocar el timbre del anfitrión, esperar en la entrada a que me inviten a subir y sumergirme en su mundo durante al menos unas horas […] Mis amigos suelen contarme lo cómodos que se sienten conociendo gente en nuestras fiestas en lugar de en bares. Es una forma de reencontrarnos con la interacción social.”
Podemos siempre arriesgarnos a estallar un monoambiente palermitano y predecir la posibilidad de una queja anónima por parte de los vecinos o podemos, simplemente, convocar a un puñado de viejos-nuevos conocidos y elucubrar con las posibilidades.
4. Cuando el enemigo seduce
Un signo de este tiempo es la imperiosa necesidad de las personas por identificar su extremo y correr abrazarse a él: Nos gusta tener perfectamente definidos a los propios, pero aún más divisar a los que están en frente, lo que nos conduce irremediablemente a una atomización absurda y siempre a la defensiva.
¿Y cómo no sentirnos desconectados de otros y hasta de nosotros mismos si hay gente que alienta en redes sociales a cortar vínculo con aquellos que no votan, no consumen, no se sensibilizan, no odian, no adhieren quirúrgicamente a lo mismo que uno mismo? Esa idea no sólo me parece tragedia en sí, sino un monumento discursivo al tedio y a la soledad autoimpuesta.
Si tuviera que elegir entre sentarme parsimoniosamente a discutir la parafernalia política en algún café de especialidad con las caras y voces que ya conozco o cruzar las filas enemigas y hablar exactamente de lo mismo, pero con aquellos a primeras me correrían la cara, definitivamente apostaría por la segunda opción. La lucidez de mis ideas, al menos para mí, nunca provino de aquellos que las replicaban, sino de quienes las desafiaron. Además, como corolario, siempre puedo divertirme un rato con ese ida y vuelta y quién sabe, terminar compartiendo un trago con el enemigo.
Más allá de las experiencias subjetivas y la innegable evidencia científica, quisiera pensar que la cuestión es un subproducto de la modernidad líquida y que la soledad puede combatirse todavía con fórmulas más básicas o al alcance de cualquier mortal. No tengo grandes resoluciones que ofrecer, excepto tal vez sugerirte que cuando termines de leer este artículo, pongas tu celular en silencio y salgas a dar una vuelta por tu barrio o invites por fin a salir a esa chica que te gusta ¿qué podemos perder? Yo por mi lado, voy a comenzar organizando una fiesta en mi casa. Espero encontrarlos allí…
Sobre la autora: Agustina Sosa es periodista freelance, especialista en política internacional, negocios y cultura. Actualmente forma parte del programa de Colaboradores Voces Jóvenes y es fundadora de Ladies of Liberty Alliance Argentina, una ONG que promueve el liderazgo femenino con un enfoque liberal clásico.